Linea.curva

Es cierto que existen libros magníficos, aquellos que leemos y releemos y devoramos ansiosos, incluso dejando de lado las responsabilidades estudiantiles por satisfacer la pasión del momento.
Más cierto es que hay libros dorados, únicos en su tipo, en los que miramos los personajes, la trama, el ambiente cual espejo de nuestros tibios días e indivisos sentires.
Es en estos en los cuales se instala nuestra voz, tomando posesión de la historia o haciéndose particularmente parte de ella, dando vida casi palpable a cada línea; incluso pareciera que algún escritor metiche nos espiara en cada paso, y que además saca provecho al saber más de nosotros que nosotros mismos. Se rompe aquí el concepto de Deconstrucción de Derrida, que en cierta parte menciona que hay una tensión presente entre la dualidad voz/presencia y escritura/ausencia; se diluye, se derrite, porque es en esa obra escrita, vestigio inexorable, que estamos nosotros, que no puede haber ausencia por ningún motivo pues seríamos nosotros inexistencia o alguna caricatura de un diario perdido. Que allí está toda nuestra voz, que en cada gota de tinta está presente un deseo o un temor, que ya fue o es en nuestro vivir.
Y ya no sucede que "al decir uno se encuentra", sino que "al leer uno se reencuentra" en una reminiscencia, y que lo escrito pasa a ser más que una mediación entre uno y la realidad: resulta en una realidad donde yo aparezco nuevamente, como un deja vú; como la parte que completa la línea curva para que tenga sentido.

Hay veces en que la presencia es ausencia,
hay veces en que la vida y los libros son más que teorías.

Erwin.-